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A partir del estudio de los inventarios de numerosas boticas históricas europeas ha quedado demostrado que el boticario disponía de una amplia biblioteca que abarcaba diversas disciplinas científicas.

Y eso no es todo: el estado de uso de los libros nos permite entender que, en aquella época, el farmacéutico no se limitaba a hojear las farmacopeas, sino que, imbuido de una especie de curiosidad intelectual, se entregaba continuamente a la consulta de todas las obras relacionadas con las disciplinas de la medicina y la farmacia. ​​

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Los herbarios eran unos códices manuscritos ilustrados que más tarde también serían publicados en forma impresa y que recogían toda la información sobre el uso práctico en medicina de los llamados medicamentos simples de origen vegetal. El médico griego Dioscórides fue su iniciador y escribió de manera extensa sobre los efectos terapéuticos de los remedios obtenidos no sólo del reino vegetal, sino también de los reinos animal y mineral.

Los antidotarios eran códices que trataban esencialmente de los medicamentos compuestos, es decir, de las recetas con las que se combinaban diversos ingredientes simples obtenidos de la naturaleza. El médico griego Claudio Galeno fue el iniciador de este tipo de medicamentos, siendo él mismo el creador de toda una serie de medicamentos compuestos. Organizó de forma deductiva y racional este asunto tan heterogéneo, caracterizando de forma permanente la materia farmacéutica para los siglos posteriores.

Las farmacopeas públicas eran códices que contenían todas las normas profesionales relacionadas con el comercio de medicamentos, redactadas por orden de las autoridades para servir de guía a médicos y boticarios en la protección de la salud pública. En ellas se enumeraban los medicamentos que debían conservarse en las boticas de manera obligatoria, así como las normas que debían seguirse a la hora de prepararlos, especificando los distintos pesos y medidas según el lugar, las tarifas que debían aplicarse y las reglas que debían observarse para la ordenación del establecimiento.

Las farmacopeas privadas eran unos manuales que ofrecían al boticario una visión más amplia de la materia médica, con indicaciones terapéuticas sobre los medicamentos que utilizaba habitualmente y referencias bibliográficas precisas sobre su uso tradicional. Se utilizaban para complementar (llegando a sustituirlas en ocasiones) esas áridas listas de medicamentos simples acompañadas de rígidas normas de conducta que constituían las farmacopeas oficiales, listas que a menudo no satisfacían las exigencias de un arte con florecientes perspectivas científicas y que se caracterizaba por la imaginación y la curiosidad que lo impulsaban.

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