En Venecia, la Farmacia Ponci de S. Fosca es conocida y es objeto de visita por parte de los forasteros debido a su ambiente señorial, que se conserva fielmente tal y como era en la antigüedad; esta farmacia recuerda los viejos tiempos, esos tiempos en los que, bajo el sabio gobierno de la Serenísima, todos (o casi todos) los establecimientos de los Boticarios gustaban de presentarse bajo el sugestivo aspecto de una elegante propiedad...». Así lo escribió Pedrazzini en 1934, mostrando seis fotografías a toda página de la que él consideraba la más distinguida de las varias farmacias que aún existían en el trazado original del siglo XVIII.

Representarla hoy, tras la cuidadosa restauración de la que fue protagonista hace pocos años, con sólo dos imágenes es ciertamente limitado, pero invita a acercarse a visitarla. Al hacerlo, uno se encuentra rodeado de majestuosos muebles de nogal, con armarios en la parte inferior y estanterías abiertas en la parte superior, sobre las que se colocan albarelos y jarras procedentes de las fundiciones de Bassano que datan del siglo XVIII. Los portales de madera, ricamente enmarcados, que dan acceso al local muestran, a media altura del frontón, tres figuras de medio cuerpo que representan al boticario, atento al manejo del mortero, al químico, ocupado con el alambique, y al médico «físico» en el acto de pensar.

La eficacia de las Píldoras de Santa Fosca o del Pievano era ya tan conocida que, en 1701, G. Giacomo Zanichelli, propietario de la farmacia, solicitó su inscripción en el Registro de los Provveditori della Sanità (Compradores Públicos de Asistencia Sanitaria) por el precio de «seis liras y dieciséis la onza» para evitar las continuas imitaciones y el uso excesivo de su nombre. El 24 de noviembre de 1870, este privilegio fue confirmado a petición del nuevo propietario, Ferdinando Ponci, que añadió su firma a una de las especialidades medicinales más longevas, que permaneció en el mercado durante cerca de tres siglos.